Comentario
En 1563, el duque Manuel Filiberto de Saboya decidió trasladar la capitalidad de su ducado desde Chambéry en la Saboya francesa a Turín, en el Piamonte italiano. Este cambio conllevó la instauración política de la Casa de Saboya en Italia y un giro en sus intereses políticos, que su hijo Carlos Manuel I confirmaría con el Tratado de Bruzólo (1610), cediendo Saboya a Enrique IV de Francia a cambio de su apoyo para conquistar Monferrato y Lombardía. El acuerdo, no cumplido, explica, sin embargo, los fundamentos del enfrentamiento de Saboya con España y significa las miras políticas del nuevo Estado saboyano, puestas desde ahora en Italia, explicando además las intenciones que se esconden tras la sistemática planificación de su nueva capital.Carente el nuevo Estado de un lenguaje artístico propio, adecuado a sus aspiraciones de grandeza, capaz de explicitar su imagen política y ejecutar su voluntad de transformación cultural con su acercamiento a Italia, la Casa de Saboya aceptó o importó de las zonas limítrofes los artistas y prolongó como suyos los modos o los estilos vecinos. Por ello, no es extraño que centrara sus esfuerzos en la arquitectura, en tanto que arte más idóneo para el cumplimiento de sus planes, y que a Turín la convirtiera en objeto de sus atenciones. Y es que Turín, con apenas 20.000 habitantes (1596), conservaba la planta ortogonal en damero del castrum romano fundado por Julio César y refundado por Augusto, lo que significaba que la capital del nuevo ducado absoluto y de derecho divino, hundía sus raíces en el mismo Imperio romano, sin solución de continuidad, como la que disfrutaba el tejido urbano de la primitiva colonia militar, prácticamente intacto, en cuya condición continuaría hasta convertirse en monarquía (1713). Por otro lado, un diseño tan racional como el romano se adecuaba a la función otorgada a la ciudad, a sus lazos con la poderosa vecina Francia y al simbolismo de sus nuevas aspiraciones italianas, del todo autónomas con respecto a la cultura romana coetánea, que era tanto como decir contra el Papado.De ahí que la orgánica planificación urbanística de la capital - saboyana -casi coetánea al plan de Sixto V opusiera a la fantasía escenográfica de Roma la racional claridad de Turín, que es lo mismo (perdón por la voluntaria redundancia) que decir francesa. El primer desarrollo hacia el Sureste lo ejecutó Ascanio Vitozzi (Orvieto, Terni, 1539-Turín, 1615), que diseñó la plaza Castello (1615) -erigida como centro urbano significativo al servir de plaza de armas del Castello y del Palazzo Reale-, hizo el primer tramo de la vía Nuova (hoy, Roma), eje principal del nuevo barrio, e inició la construcción de los pórticos en la calles principales. Así, a la francesa, Vitozzi dotó a toda la ciudad de un carácter homogéneo por la sucesión de fachadas uniformes. Por su parte, Carlo di Castellamonte (Turín, 1560-1641), el sucesor de Vitozzi, fue el autor de la segunda modernización de Turín -que prosiguió el trazado hipodámico hacia el Sureste, ordenada por Carlos Manuel I (1620)-. Completará entonces la vía Nuova e ideará un eje respecto a ella, la plaza porticada de San Carlo (1637) que, inspirada en las places royales francesas (Places des Vosges, de París), asume su característica fundamental de regularidad y uniformidad, y potencia su función de núcleo simbólico y de conexión entre la vieja y la nueva ciudad. Con todo, al enriquecer el esquema francés -estatua del soberano incluida en el centro de la plaza- con el recurso escénico de dos iglesias gemelas en la embocadura de la vía Nuova (San Carlo, 1619) y Santa Cristina (1639), se introducía la referencia a la Iglesia, al caracterizar singularmente dos edificios respecto a la homogeneidad edilicia del resto. A su muerte, las obras dejadas interrumpidas fueron retomadas por su hijo, Amadeo (Turín, 1610-1683), que continuaría con la tercera ampliación de la ciudad hacia el Po, decidida por Carlos Manuel II (1673), que sigue el plan anterior en damero con la variante de la diagonal de la vía del Po, así diseñada para unir la plaza Castello con el puente sobre el río, y remodela el Palazzo Reale (1646-58) como centro representativo de la plaza Castello en tanto que el corazón urbano simbólico y representativo, junto con la plaza Reale y la vía de la Zecca, reflejando el carácter absolutista y centralizado del ducado saboyano.La racionalidad del plan general de la ciudad, el papel primario de la plaza del Castello, con la que se relacionan jerárquicamente los nuevos barrios, declaran la unión con los modelos franceses, también patentes en el castello del Valentino (1633-38), iniciado por Carlo y continuado por Amadeo di Castellamonte, y que evidencian no sólo los tradicionales lazos geográficos del ducado saboyano con Francia, sino la voluntad de inspirarse en el modelo político absolutista de la monarquía francesa.